¡Qué gusto saludarles! Hoy me encuentro frente a una obra que me evoca la esencia de la vida costera, el esfuerzo diario y la belleza de nuestro mar.

Observar a estos lancheros regresando después de su jornada de pesca es un recordatorio poderoso del trabajo duro, la dedicación y la conexión profunda que tienen con el océano. Cada lancha que llega a la orilla trae consigo historias de aventuras mar adentro, de la paciencia en la espera y de la recompensa del esfuerzo. Es un ciclo constante de dar y recibir, de la naturaleza proveyendo y del ser humano con su ingenio para aprovecharla.

Esta escena me llena de admiración por aquellos que hacen de la pesca su vida. Su jornada no termina al sacar los productos del mar; hay un esfuerzo adicional al llegar a tierra, al descargar, al prepararse para el día siguiente. Es una labor que requiere fortaleza, conocimiento y un gran respeto por el entorno.

Para mí, esta imagen no solo muestra una actividad económica, sino que captura la poesía del día a día, la camaradería entre quienes comparten un mismo oficio y la vitalidad de nuestras costas. Es un testimonio visual de cómo la tradición y el trabajo se entrelazan con el paisaje, creando estampas tan auténticas como esta.

¡Un fuerte abrazo desde donde la inspiración encuentra su camino en cada detalle!

Amores al otro lado de la barda
En tiempos en que el respeto y los modales marcaban cada encuentro, incluso el cortejo requería distancia y ritual. Esta foto, con dos novios separados por una vieja barda de campo, habla de un amor contenido, de miradas que cruzaban muros discretamente, y de una cercanía que no rompía las normas de la convivencia rural de principios del siglo XX. Una escena que parece sacada de aquellos relatos de costumbres mexicanas de 1904, donde la distancia reforzaba el deseo y los silencios decían más que las palabras.